domingo, 25 de marzo de 2018

Tengo 22 años y a los cinco me di cuenta de que no sería madre y no querría marido.
Crezco y avanzo, me cruzo con miradas e historias embucladas en un mismo recinto.
Un te quiero partido por dos piernas de mujer que se entrelazan en un mismo cuerpo que finge no conocer a ninguna.
Hombres cojín que poseen la habilidad de ver fútbol y porno en el mismo momento, a la par que fantasean con que su chica no se quite los tacones para follar.
He conocido hombres bosque que irradían primavera, pero se creen tan soles que les ciega su luz y les impide ver la del resto.
Conocí mujeres molde que se adaptan y son lo que esperan.
También hubo otras guerreras que se dejaron secar y no cambiaron a sus ojos, pero nunca miraron la verdad para ver que a todos nos gusta gustar y eso también moldea.
He visto hijos que son padres, otros que son inquilinos en las casas que habitan y otros que son maravillas que cuando se van dejan vacío el nido y el hombre cojín sigue comprando tacones mientras la mujer molde guarda lágrimas porque se esperan risas y debe ser.
Aún no sé qué tipo de mujer soy y no juzgo, pero la vida desde pequeña me advierte que puedo ser molde o mueble y ante la duda y por ahorrarme el fallo - llámeme cobarde - entendí desde pequeña que no podría perdonármelo y que yo siempre prefiero pedirme permiso a tener que pedirme perdón.

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Sorvitos de esencia del ayer.